sábado, 12 de febrero de 2011

¡¡Récord!!

Hoy la crónica es mucho menos dramática que la de la carrera de diciembre. Esta vez no ha habido vencedores ni vencidos, sólo disfrute. He cumplido mi objetivo, batir mi récord en 10 kilómetros. Tiempo total: 46 minutos y 20 segundos (1 minuto y 10 segundos por debajo de mi mejor marca).

Amaneció bastante fresquito. Después de un desayuno ligero, pan, café y plátano, me fui hasta UNIS, el colegio desde el que salíamos. Con menos gente de lo habitual, había un ambiente algo más familiar. Esta vez no corría ninguna amiga. Corría aparentemente solo, pero sabía que Carmen estaría animando en dos puntos del recorrido. Además, hoy, con la camiseta del Maratón, sabía que Dani y Carmen corrían conmigo.

Justo antes de dar la salida, comenzó a caer un calabobos azuzado por un viento frío que atoraba las piernas. Al dar la señal de salida, decidí controlarme y no cebarme. Iba con un grupo de unos 10 o 12 corredores. En seguida me di cuenta de que el reloj se había quedado sin señal al entrar en el colegio, así que no tenía ni idea del ritmo al que íbamos. Sólo podía fiarme del tiempo y tratar de intuir el ritmo. El grupo se fue disgregando poco a poco, pero yo seguía controlándome. No quería repetir el error de la última carrera. Pasado el segundo kilómetro llegamos a una zona abierta, en el lago, donde soplaba mucho viento. Me quedé a rebufo de una chica para no desgastarme innecesariamente. En cuanto enfilamos la cuesta a la derecha, la adelanté al tiempo que veía a Carmen en un cruce, justo antes de la cuesta del búnker de la guerra contra los franceses. Un pequeño descanso para respirar y enfilamos el segundo tercio de la carrera, el más complicado. Es el desierto, donde no tienes ni el impulso de la salida, ni el ánimo por estar a punto de llegar. Traté de controlar el ritmo, pensando en apretar en cuanto llegara a la mitad del recorrido. Iba detrás de un chico moreno que respiraba con algo de dificultad. Por comparación, yo me noté bastante fresco. Finalmente, decidí apretar un poco cuando vi que él bajaba el ritmo y me marché. Los siguientes eran un chico de naranja y una chica con una camiseta roja. Debían de estar unos 10 o 15 metros por delante de mí. Poco a poco nos acercábamos de nuevo a la zona donde me esperaba Carmen. Mi plan de carrera era apretar definitivamente en cuanto pasara por allí. Carmen trató de hacerme una foto para que lo yo trataba de posar con cara de tener todo bajo control. Creo que lo único que sale en la foto es mi brazo izquierdo... Ejem. Un pequeño tramo de tierra y ya había cogido al chico y a la chica. Después, en el lateral de Au Co, les adelanté y vi que la gente empezaba a sufrir. Reconocí a otro chico que suele rondar mis tiempos. Cuando llegamos al séptimo kilómetro, también le adelanté. Me notaba con fuerzas, iba a buen ritmo en llano y no sufría (demasiado). Me acordé de Dani, de nuestra carrera de 10km mientras me preguntaba qué viene antes, si el ser consciente de la carrera, el recordar a la gente que te acompaña es lo que te ayuda precisamente a correr mejor o si, por el contrario, son los días buenos, en los que tenemos fuerzas, cuando podemos trascender el sufrimiento y ser conscientes de lo que te rodea.

Sea como sea, al llegar al octavo kilómetro calculé que quedaban delante de mi unos cuatro o cinco corredores del grupo que más o menos iban en mi ritmo. Adelanté al primero después de unos 500 metros, cerca de la tienda de Chula. Seguía con muy buenas sensaciones, tarareando la banda sonora de Gladiator y pensando que Dani y Carmen corrían conmigo. Por un momento llegué a pensar que los 45 minutos eran una posibilidad. Así que volví a apretar, se acercaba el último kilómetro, el que se corre con el corazón. Adelanté a un chico muy alto justo en ese punto. Ya sólo quedaban por delante, a unos 10 o 15 metros, una chica y un chico. Íbamos por Lac Long Quan, y poco a poco me acercaba. Un giro a la izquierda para entrar en Ciputra. Quedaban unos 500 metros. La chica parecía cansada, pero el chico comenzó a acelerar. Por un momento pensé que tendría que conformarme con adelantarla a ella, pero, una vez más, encontré un último depósito del que tirar. Al chico le pasé en la entrada del colegio. Dudé de si sería capaz de mantener el ritmo, pero al llegar a la curva final, me pareció que no venía cerca. Supuse que al adelantarle se habría desanimado. Una recta final para disfrutar. ¡Qué buenas sensaciones!

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