miércoles, 27 de enero de 2010

Nuestra moto

Para los amantes de las motos, es una Honda Wave Alpha, equivalente a la Honda Innova. Es semiautomática y tiene cuatro marchas. Llenar el depósito cuesta dos dólares y pico.


Vietnam es moto

Un taxista duerme.
La colmena se mueve.
Xe om.
Madre, padre y tres niños.
Dos mandarinos-abetos.
Cama, mesa y armario.
Dos cerdos... ¿muertos?
Xe may.
Prestidigitadoras y funámbulas.
Una pareja retoza.
Un bebé sueña con su cuna.
El chico la abraza.
La ama.

jueves, 21 de enero de 2010

Condenados cuatro enemigos del pueblo

Mientras el mundo mira hacia otra parte -Haití, los bancos, google o China- ayer fueron condenados cuatro peligrosos contrarrevolucionarios de acuerdo al artículo 79 del Código Penal: "trabajar para derrocar a la administración del pueblo".

Le Con Dinh, abogado, fue condenado a sólo cinco años de cárcel por haberse arrepentido. Thuc no tuvo tanta suerte. Pasará dieciséis años en prisión. Su objetivo era enfrentar a los comunistas entre sí, con la esperanza de que el régimen se viniera abajo en 2020.

Al salir hoy a la calle se nota que el pueblo está mucho más tranquilo que ayer. Saben que el Partido y el Estado velan por su bienestar y su seguridad.

miércoles, 13 de enero de 2010

Un instante de furia

La rasgo cultural más difícil de soportar de los vietnamitas es su absoluta sinceridad. El último episodio lo sufrimos a la vuelta de vacaciones. Cuando estuvimos en Camboya le compramos a una amiga un pañuelo azul. Yo se lo di y, aunque noté algo raro en su gesto, no me respondió nada, bien porque no se atrevió, bien porque yo me giré antes de que pudiera reaccionar. Carmen no tuvo tanta suerte. La llamó al rato para ver qué tal estaba y para preguntarle por el regalo. Su respuesta, ya meditada, fue bastante clara: "No es mi color, pero bueno". Al rato, cogió un jarrón de nuestra casa, miró el precio, que lamentablemente no habíamos retirado aún, y soltó: "¡Uy, qué caro!".

Ante tanta sinceridad, mi pequeño demonio me anima a convertirme en un vietnamita más, aunque sólo sea por un día, por un instante incluso, dejarme llevar por la furia. Decir la verdad. Me levantaría, saldría con el pijama estampado y las pantuflas por la calle, me tomaría una sopa (phở) en el comedor que tenemos detrás de casa, me asomaría, luego, en la primera casa que viera abierta, lo revisaría todo, y, cuando llegara la mujer con cara de sorpresa, le diría: "¡Pero qué pequeña es usted!". El usted hay que mantenerlo, no se pueden perder las formas. Luego, sin darle tiempo a responder, aunque seguramente no lo intentaría, me marcharía. Después, esperaría ansioso a mi amiga, la del pañuelo. En cuanto la viera llegar le diría lo gorda (rất béo) que está, así sin diminutivos. De hecho, no sé si en vietnamita existen los diminutivos. Luego podría seguir con la bajita que es. Sobre su acento alemán al hablar inglés. La ropa, tan poco sofisticada. El pelo, las manos, el bolso, los pendientes, su casco.

¡Uf! Ya me encuentro mucho mejor.

Ahora se me ocurre mirarlo desde el otro lado: si ellos siempre se dicen lo que piensan, ¿cómo no están cabreados todo el día? ¿cómo aguantan que les llamen continuamente gordos, feos o bajos? ¿o que una mujer le diga a su marido que no le gusta su regalo? Nosotros estaríamos de mal humor todo el día. Creemos que la convivencia sería imposible si todos hiciéramos realidad el sueño-pesadilla de mi demonio. ¿Por qué ellos pueden soportarlo? ¿Por qué nosotros no?

lunes, 4 de enero de 2010

La primera venta

¡Comprémelo, por favor! ¡Ponga usted el precio!

No es ningún sueño. Si se madruga lo suficiente, es decir, llegar al mercado de Phnom Penh a las 7.50 del domingo, puede encontrarse con una vendedora rogándole que le compre algo, lo que sea. ¿Se ha vuelto loca? No. Simplemente es supersticiosa. En Vietnam y Camboya la mayoría de los vendedores creen que el primer cliente determina la suerte de la jornada. De tal manera que si el primer cliente se marcha sin comprar tendrá un mal día y no venderá casi nada. Funciona también al contrario, si logran una buena venta, se frotan las manos esperando un día repleto de clientes.

Pero no todo son ventajas para el primer comprador. ¡Imaginad la presión que supone saber que la suerte de la señora que vende ropa depende de ti! Al final, ambos se sienten obligados a llegar a un acuerdo y comprar algo, lo que sea. Una hora después de haber llegado, con un calor insoportable, salimos del mercado del Phnom Penh con dos camisetas, un par de pañuelos, un monedero y un juego khmer. Ummm...