miércoles, 24 de noviembre de 2010

El otoño

Los edificios ya no son amarillos, los árboles perdieron el verde y las motos son todas iguales. Todo es gris. Los motoristas se protegen del frío, encogen el cuello y resguardan la mano izquierda. Los árboles de Hoang Dieu pierden las hojas que vuelan por última vez. Los policías intentan ordenar el caos haciendo señales en el cruce de Dien Bien Phu. En el cruce del Templo de la Literatura, los desesperados atajan subiéndose por la acera. Todos corren, aunque no saben por qué.

Corriendo por la mañana a la oficina. Volando por la noche a casa. Siempre con la cabeza gacha.

A mí también me llegó el otoño.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Se acabó

Empezamos por el final. Hoy ha sido mi último lunes al sol: mi año... sabático acaba de terminar. Llegué en octubre sin saber muy bien cómo me enfrentaría a la nada (¿sabéis que nada proviene de nacer?), a la soledad y a la falta de un horario. Hoy, echo la vista atrás y descubro un collage inolvidable, repleto de sorpresas y conquistas personales: los Tres Reinos, el GMAT, el primer dan de kung fu, la moto, Matterhorn, mi primer viaje solo por Vietnam a Hué, las clases de vietnamita con Nga, el artículo para Elcano, los relatos de Kipling, las comidas con Mendi, la edición del informe de Vietnam, los chicos de Blue Dragon, los desayunos y las cenas, el viaje por el Norte, mis primeras bromas vietnamitas, el entrenamiento intensivo de kung fu en Saigón, Thiet, algunos días grises, explorar Hoi An y Nha Trang con Carmen, la ilusión y la preocupación por las visitas, Beijing, los partidos de los martes o jueves, mi récord de 10 km, la historia de China, el curso de escritura y, por supuesto, este blog.

Terminamos por el principio. Mañana voy a trabajar. Empiezo de la nada. A ver si vuelvo a nacer.

lunes, 15 de noviembre de 2010

Encuentros y desencuentros

El domingo recuperé mi espíritu aventurero y decidí explorar un nuevo rincón de Hanoi, el parque Indira Gandhi, a casi nueve kilómetros de nuestra casa.

El parque es bastante feo: un lago artificial, pocos árboles y mucho adoquín. Con la calma que sólo nos envuelve algunos días, recorrí el borde del lago, donde descubrí a un grupo de hombres de mediana edad arremolinados alrededor de dos gallos, que peleaban, pero sólo (igual debería quitarle esta tilde que según la RAE ya no necesita...) de entrenamiento, como me aclaró uno de los espectadores. Dentro de unos meses estarían listos para pelear y, sobre todo, para que los viets sacien uno de sus vicios, apostar. Tras un par de minutos de breves vuelos, zarpazos y picotazos inocuos me aburrí y seguí mi camino.

En el otro extremo, encontré por fin mi objetivo inconfesado: una partida de ajedrez chino o xianqi. Dos señores mayores, en cuclillas, se enfrentaban en un tablero, que no es tablero, dibujado en un trozo de plástico con líneas, que no son líneas, color azul de boli barato. Como es costumbre en Vietnam, me senté a su lado, interesado por seguir mejorando mis conocimientos del juego. Al poco tiempo, nos acurrucábamos cuatro viets poco jovencitos y yo mismo. Sorprendentemente, ninguno de los espectadores se dedicó a moverle las fichas a alguno de los jugadores o a gritarle el movimiento que debería haber hecho (los viets aceptan mucho mejor que nosotros las intervenciones de los no jugadores). Al empezar la segunda partida, noté que uno de los jugadores farfulla algo sobre los người nước ngoại, es decir, sobre los extranjeros, es decir, sobre el menda lerenda. Traté de entender, infructuosamente, pero su cara denotaba que no intentaba hacerse mi amigo. Ninguno de los espectadores le replicó, o eso me pareció. Aún así, siguió calentándose, hasta que, como el del anuncio del Scattergories, cogió su juego y se marchó. Se batieron en retirada todos menos un vietnamita que, posiblemente por pena y porque chapurreaba inglés, se quedó a mi lado.

A pesar de mis preguntas, el Sr. Norte, pues así se llamaba el buen hombre, no quiso profundizar en los comentarios del jugador enojado. Sólo comentó en vietnamita que tenía un problema en la cabeza (vấn đè đầu óc) y que su reacción era consecuencia de la educación recibida. Gracias a mi buen estado de ánimo, no le di mayor importancia y continué la conversación con Mr. Norte, abogado de 42 años y padre de dos niños. Cerramos nuestro curioso encuentro, surgido de un desencuentro, intercambiándonos los móviles y emplazándonos a tomar un café.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Creer o no creer

[modo filosófico-amateur: on]
No nos atrevemos a creer. Vivimos con miedo a apostar por algo que resulte no ser lo que creíamos, que no sea perfecto. Como no hay nada perfecto a nuestro alrededor, terminamos por no creer en nada. Y nos volvemos cínicos, resabiados, gente que está de vuelta de todo. Nos convencemos a nosotros mismos de que, gracias a esa forma crítica de ver la vida, nada nos decepcionará, porque todo nos ha decepcionado previamente. Nada es bueno pero, al menos, nosotros ya lo veníamos diciendo.

Ante esa postura cínica cómoda, me emociona pensar que hay gente que apuesta por creer (algunos amigos...). Es un ejercicio que requiere un enorme esfuerzo emocional: creer cuando no hay razones para ello. ¿Por qué creer si X funciona mal? ¿o Y es un ladrón? ¿por qué fiarse de la gente, si sabemos que nadie es de fiar, ni nosotros mismos?

Hoy me rebelo por dentro ante ese cinismo que me atrapa y me acuerdo de la canción de Rogelio Botanz, al que me acercó Dani. Hay gente que sí.

[modo filosófico-amateur: off. Prometo volver al mundo vietnamita y no aburrir con mis disgresiones personales]


lunes, 8 de noviembre de 2010

Carros de fuego etíopes

¿Quién no recuerda los entrenamientos por las playas de Saint Andrew? Liddell, Abrahams, Aubrey y Lindsay. Suena Vangelis de fondo, la carne de gallina y el cuerpo nos pide unirnos a ellos, correr y sufrir, en esos pijamas de algodón blanco tan vietnamitas (por cierto, esa fue la primera película que recuerdo ir a ver al cine de pequeño a cambio de dormir la siesta, al Cine La Manga... pero esa es otra historia, que me despisto).

El etíope Haile Gebrselassie, el mejor corredor de fondo de la historia, tuvo que retirarse ayer en el kilómetro 16 de la Maratón de Nueva York y anunció que no volvería a competir. Todavía no está claro si se arrepentirá e intentará llegar a los Juegos Olímpicos de Londres para ganar otra medalla olímpica en la tierra de los cuatro protagonistas de Carros de Fuego. Este pequeño atleta etíope ha dominado los 5.000 y 10.000 metros antes de pasarse al maratón, prueba en la que tiene el récord mundial (para que os hagáis una idea, corre 42 km a menos de 3 minutos el kilómetro).

Resulta que dos días antes del Maratón notó molestias en la rodilla, fue a hacerse una revisión y le detectaron una tendinitis. Los médicos americanos no entendían cómo no había seguido ningún tratamiento en Etiopía. Allí hacen así las cosas, es lo que comentaban sorprendidos. Yo lo veo de otra manera. Veo su sonrisa al correr, su mirada inocente, su falta de fisios expertos que traten su rodilla como la victoria del último corredor amateur. Entonces, veo a Gebr, con su 1,65 m y 55kg sin pensar en cámaras hiperbáricas, ni en tendinitis o fisios. Sólo en correr, siempre un poco más rápido. Mañana por la mañana hemos quedado con Abrahams y compañía para trotar por las playas de Saint Andrews mientras suena Vangelis...

P.D. Este es el documental de su vida. Se llama Endurance. Está partido en ocho capítulos en Youtube. A continuación, el comienzo de Carros de Fuego (subid el volumen!).


lunes, 1 de noviembre de 2010

Libros del primer año en Vietnam

Matterhorn: A novel of the Vietnam War, Karl Marlantes
El mejor libro del año. Suena a auténtico. A pesar de ser una novela de ficción transpira realismo. El lector puede sentir la angustia de un soldado americano en la Guerra de Vietnam y sus dudas, pero, más importante, te ubica en el ambiente, en la humedad, la lluvia, los insectos, la niebla... Te transporta a un mundo que casi ha desaparecido (como consecuencia del Agente Naranja y la explotación forestal posterior). El principal defecto del libro es que en algunos momentos los personajes reflexionan demasiado, a pesar de estar en mitad de una guerra y del miedo que debía sentir. Eso es poco realista. Creo que el autor pone en boca de los personajes sus reflexiones reposadas, con la perspectiva que le da el tiempo.

Three Kingdoms, Luo Guanzhong
Casi 1700 páginas. Comencé a leerlo en febrero y terminé en septiembre. Es una enciclopedia de cultura política china. Explica las tensiones entre los legalistas y los confucianos, la obsesión con el honor, el sacrificio de uno mismo y su familia, el culto a la personalidad de los líderes, el realismo político, las alianzas y las traiciones, la importancia de la familia y la tradición, los antepasados, la ausencia de los dioses... Es una epopeya de un perdedor y un libro impregnado de moral china, que advierte a los traidores de su oscuro destino. Es una historia que ensalza el papel de un aspirante al trono de Emperador en el siglo III d.C. a pesar de haber fracasado. ¿No es curioso? Nadie recuerda con cariño al vencedor, sino al vencido. ¡Qué diferente de otras culturas que aborrecen y olvidan a los perdedores!

Verano, Coetzee
Tercera autobiografía de Coetzee, premio Nobel de literatura en 2003. Me encantó al principio y poco a poco fue perdiendo fuerza. Lo mejor, la voz que elige el escritor. La biografía no la cuenta él mismo en primera persona y en pasado, como corresponde, sino que decide contarla a través de personas importantes en su vida. Un periodista entrevista a dos antiguas amantes, una prima y la madre de una alumna. Me parece un ejercicio interesantísimo y arriesgadísimo. ¿Qué diría una ex sobre nosotros 20 o 30 años después? Eso es lo que se ha planteado Coetzee.
Lo peor es que la historia que cuentan es algo débil, falta de gancho. Echo de menos el conflicto y no creo que sea porque él tuviera una vida monótona. Creo que lo ha evitado. Una pregunta final ¿por qué no entrevista a su padre con quien convivió durante muchos años? ¿Por miedo?

War Trash, Ha Jin
Otro libro de guerra. En este caso, la Guerra de Corea, contada desde el punto de vista de un soldado chino que se enfrenta a las tropas americanas. Muy flojo en comparación con Matterhorn. El autor realmente quiere centrarse en la vida en el campo de prisioneros pero, en lugar de empezar por ahí te lleva durante 50 páginas por algunas batallas que no parecen interesarle lo más mínimo. Dos detalles interesantes no literarios. Una conversación entre el soldado chino y un marine. El chino saliva sin parar cuando escucha que en Estados Unidos todo el mundo puede comer pollo, un manjar para los chinos, que en esos años mataban por poder comer hasta las garras de los pollos. Por el contrario, el chino le contaba que en su pueblo la gente desechaba las ostras como una comida corriente, ante la sorpresa del soldado americano.
La otra historia curiosa es que el régimen comunista chino maltrató a los soldados que habían participado en la guerra y habían caído prisioneros. Según su lógica, habían traicionado su compromiso al no luchar hasta la muerte...

Ho Chi Minh: A life, William J. Duiker
Mi primer libro en Vietnam. Quizás debería volver a leerlo, ahora que puedo ubicar mejor a los personajes. Tengo el recuerdo de que el libro fuera demasiado extenso, algo lento. Lo más llamativo es la decisión de Ho Chi Minh de no pelear por el poder ejecutivo, a diferencia de los demás revolucionarios históricos (Lenin, Mao, Fidel). Esa decisión de alejarse de las decisiones mundanas le han permitido salvaguardar su legado.