Leyendo los Tres Reinos me sorprendió la cantidad de personajes masculinos que lloran por diferentes razones: rabia, la muerte de un amigo, vergüenza, alegría o injusticias. Incluso llegué a pensar que los chinos eran muy sensibles, porque lloraban continuamente o amenazaban con quitarse la vida o golpear el suelo con la cabeza. Y, entonces, recordé que en La Ilíada tuve la misma sensación. Lloran todos: Agamenón, Menelao, Patroclo e, incluso, el héroe Aquiles. Homero nos transmite sin reparos el dolor y la tristeza de Aquiles ante la muerte de su amigo Patroclo:
El Pélida, poniendo sus manos homicidas sobre el pecho del amigo, dio comienzo a las sentidas lamentaciones, mezcladas con frecuentes sollozos. Como el melenudo león a quien un cazador ha quitado los cachorros en la poblada selva, cuando vuelve a su madriguera se aflige y, poseído de vehemente cólera, recorre los valles en busca de aquel hombre, de igual modo, y despidiendo profundos suspiros...
Si antiguamente los hombres lloraban sin avergonzarse, ¿por qué ahora no nos lo permitimos? ¿Cuándo nos convencimos de que llorar es una debilidad? ¿Acaso hoy no nos quedan motivos?
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