El parque es bastante feo: un lago artificial, pocos árboles y mucho adoquín. Con la calma que sólo nos envuelve algunos días, recorrí el borde del lago, donde descubrí a un grupo de hombres de mediana edad arremolinados alrededor de dos gallos, que peleaban, pero sólo (igual debería quitarle esta tilde que según la RAE ya no necesita...) de entrenamiento, como me aclaró uno de los espectadores. Dentro de unos meses estarían listos para pelear y, sobre todo, para que los viets sacien uno de sus vicios, apostar. Tras un par de minutos de breves vuelos, zarpazos y picotazos inocuos me aburrí y seguí mi camino.
En el otro extremo, encontré por fin mi objetivo inconfesado: una partida de ajedrez chino o xianqi. Dos señores mayores, en cuclillas, se enfrentaban en un tablero, que no es tablero, dibujado en un trozo de plástico con líneas, que no son líneas, color azul de boli barato. Como es costumbre en Vietnam, me senté a su lado, interesado por seguir mejorando mis conocimientos del juego. Al poco tiempo, nos acurrucábamos cuatro viets poco jovencitos y yo mismo. Sorprendentemente, ninguno de los espectadores se dedicó a moverle las fichas a alguno de los jugadores o a gritarle el movimiento que debería haber hecho (los viets aceptan mucho mejor que nosotros las intervenciones de los no jugadores). Al empezar la segunda partida, noté que uno de los jugadores farfulla algo sobre los người nước ngoại, es decir, sobre los extranjeros, es decir, sobre el menda lerenda. Traté de entender, infructuosamente, pero su cara denotaba que no intentaba hacerse mi amigo. Ninguno de los espectadores le replicó, o eso me pareció. Aún así, siguió calentándose, hasta que, como el del anuncio del Scattergories, cogió su juego y se marchó. Se batieron en retirada todos menos un vietnamita que, posiblemente por pena y porque chapurreaba inglés, se quedó a mi lado.
A pesar de mis preguntas, el Sr. Norte, pues así se llamaba el buen hombre, no quiso profundizar en los comentarios del jugador enojado. Sólo comentó en vietnamita que tenía un problema en la cabeza (vấn đè đầu óc) y que su reacción era consecuencia de la educación recibida. Gracias a mi buen estado de ánimo, no le di mayor importancia y continué la conversación con Mr. Norte, abogado de 42 años y padre de dos niños. Cerramos nuestro curioso encuentro, surgido de un desencuentro, intercambiándonos los móviles y emplazándonos a tomar un café.
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