No nos atrevemos a creer. Vivimos con miedo a apostar por algo que resulte no ser lo que creíamos, que no sea perfecto. Como no hay nada perfecto a nuestro alrededor, terminamos por no creer en nada. Y nos volvemos cínicos, resabiados, gente que está de vuelta de todo. Nos convencemos a nosotros mismos de que, gracias a esa forma crítica de ver la vida, nada nos decepcionará, porque todo nos ha decepcionado previamente. Nada es bueno pero, al menos, nosotros ya lo veníamos diciendo.
Ante esa postura cínica cómoda, me emociona pensar que hay gente que apuesta por creer (algunos amigos...). Es un ejercicio que requiere un enorme esfuerzo emocional: creer cuando no hay razones para ello. ¿Por qué creer si X funciona mal? ¿o Y es un ladrón? ¿por qué fiarse de la gente, si sabemos que nadie es de fiar, ni nosotros mismos?
Hoy me rebelo por dentro ante ese cinismo que me atrapa y me acuerdo de la canción de Rogelio Botanz, al que me acercó Dani. Hay gente que sí.
[modo filosófico-amateur: off. Prometo volver al mundo vietnamita y no aburrir con mis disgresiones personales]
No, no lo hagas, de vez en cuando es bueno leerte a ti tb. :)
ResponderEliminar(Por cierto, vaya con el cambio de look que le has dado al blog)