Cinco vietnamitas, un tailandés-americano, una japonesa, un holandés y un español. No es un chiste. Peor, es una reunión. Se supone que hablamos el mismo idioma, inglés, pero las dificultades de comunicación se hacen evidentes. La japonesa, entre cabezada y cabezada, sugiere algunos cambios que no entiendo. Una vietnamita suelta una parrafada también incomprensible. Otro vietnamita sentado a su derecha responde con cara de desesperación: “pero, ¿qué quieres decir con todo eso?” Luego interviene él, con un estilo racional accesible para mí, pero, entonces son los vietnamitas los que pierden el hilo. Intervengo yo y alguien responde que no le ha quedado claro mi planteamiento. Dos horas después salgo de la reunión preguntándome si estaremos perdiendo el tiempo y si merece la pena el esfuerzo. Me vienen a la cabeza la torre de Babel y la película Lost in translation.
Pero algo dentro de mí se rebela: cuando nos enfrentamos a la incomprensión lo más sencillo es recluirnos en nosotros mismos, en lo conocido y no intentar entender al otro.
“Así, Yahveh los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.”
Aceptemos que no estamos hechos para ser dioses, pero seguramente Dios no se enfadará esta vez si intentamos entender al otro, aunque sea vietnamita, holandés o japonés y no se ría con mis chistes.
¡Qué complicado y al mismo tiempo que reto tan apasionante! ¿no? Gente tan diferente puesta junta a ver qué son capaces de crear junt@s... ¿A qué me recordará eso?
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