Al presentarme a mis compañeras viets chapurreo las frases aprendidas. Ellas me miran con una mezcla de alegría, sorpresa y susto. Una vez recuperadas me espetan: ¡pero..., entonces, vas a entender lo que nos contamos entre nosotras! ¡Vas a espiarnos! Les sonrío mientras recuerdo el refrán: cree el ladrón que todos son de su condición.
Hoy fui a mi primera reunión con el Viceministro y todo su equipo. Habíamos quedado a las 2 de la tarde. Interviene durante 30 minutos el señor D peinado al estilo Anasagasti, cara arada por las arrugas, dedos artríticos y cabeza chata. ¡Menudo tostón! Miro a mi alrededor. El Viceministro toma notas ordenadas en su cuaderno, como un buen estudiante. Sus manos están bien cuidadas, gracia a una manicura reciente. Poco a poco comienza a hacer efecto la comida y el sopor del discurso que camina hacia ninguna parte. El asesor del ministro cierra los ojos, pega un respingo y me mira con una cara mezcla de aburrimiento y de sueño. Su secretario, desparramado en una silla algo apartada, duerme profundamente desde hace un rato. Nadie parece enojarse y le dejan dormir a pierna suelta. ¡Qué envidia!, pienso yo, mientras sigo anotando los desvaríos del Anasagasti vietnamita.
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