sábado, 11 de diciembre de 2010

Derrotado

Hoy descubrí que las carreras no sólo se corren, sino que también se pierden.
Salía con la intención de acercarme a los 45 minutos. Arranqué con fuerza, siguiendo el ritmo que me había planteado, a unos cinco metros de unos niños (pequeños cracks) que corrían con el padre de uno de ellos. Cuando pasamos por Chula me pareció que el cuerpo no respondía demasiado bien, que andaba demasiado justo de fuerzas. Aún así, trato de apretar y seguir enganchado al grupo de los niños. Al pasar por el kilómetro 4, hago el primer parón. Unos metros de caminata para oxigenarme. En ese momento, ya me había ido un poco por encima del ritmo planteado, pero todavía estaba suficientemente cerca. Cruzamos la pasarela del lago y comenzamos la segunda mitad de la carrera. Poco a poco íbamos aflojando el ritmo, mis niños-liebre y yo mismo. La cabeza no dejaba de apretar, pidiendo que parara. Segundo tramo de trote cochinero para volver a coger aire. En la segunda cuesta del Block House me encuentro a Patri y a Mendi, que animan como campeones, pero yo iba ya con el gancho. Pero claro, al verles, no podía parar. Así que seguí por el camino de tierra, siempre a poca distancia de mis chicos. Un par de giros más y llegamos al fatídico kilómetro 7: pocas fuerzas y el ritmo clavado a mi mejor tiempo en 10 km (33:34). En ese momento, la cabeza y el cuerpo vencen a mi ánimo, el único que quedaba en pie. Los dos traidores me dicen que para qué voy a matarme para llegar en 49 o 50 minutos. Así que en ese momento de debilidad, me doy la vuelta, la primera vez que me ocurre, y me voy a buscar a Silvia. En el camino, no dejo de darle vueltas a si debía haber seguido, si era un cobarde... En fin, derrotados el cuerpo, la cabeza y el orgullo, el que más duele.

Ahí comenzó mi segunda carrera. Encuentro a Silvia trotando bastante despacio, por encima de los 6:35 por kilómetro. Nos quedan unos 4 kilómetros para la meta. Al principio no hablo demasiado porque seguía dando vueltas a mi carrera en la cabeza. En cuanto apretaba un poquito, me marchaba 3 o 4 metros por delante, así que bajo el ritmo y seguimos juntos. Por fin, cuando llegamos al noveno kilómetro, encuentro una motivación. Vemos a un grupito que va por delante y a otro corredor que parece bastante cascado. Animo a Silvia a que les cacemos. Aprieta los dientes y les pasamos en unos pocos metros. Tras una pequeña crisis en la entrada de Ciputra, el Beverly Hills de Hanoi. Vuelvo a animarla al ver a otros tres corredores unos metros por delante. Le digo que piense en algo que la motive, una película, una canción... Y me pide que le tararee Carros de Fuego. Así entramos en UNIS, a pocos metros del final, yo tarareando (o destrozando) la banda sonora de Vangelis y Silvia apretando los dientes y la zancada. Adelantamos a una corredora y llegamos a la meta en mis 10 kilómetros más lentos, 1 hora 6 minutos y 14 segundos. Eso sí, gracias a esta segunda carrera he recuperado el ánimo.

Ahora, la cabeza traidora o, más bien, el orgullo derrotado me pide volver a correr, vengarme de esta carrera. En febrero, volveremos a vernos.

N.A. Es la primera vez que Carmen no está a mi lado, corriendo o animando. Esa ausencia seguramente ha tenido algo que ver con el resultado final...

viernes, 10 de diciembre de 2010

El fin de la historia

Francis Fukuyama escribió un libro titulado "El fin de la historia" que auguraba el final de las ideologías tras la caída del muro de Berlín. En la década de los noventa, su teoría disfrutó de éxito entre políticos y sociólogos. Últimamente, sin embargo, su teoría ha recibido más críticas.

Ayer, mientras escuchaba a una representante chino del Miniterio de Asuntos Civiles (Asuntos Sociales en España), se me ocurría otra interpretación a raíz del título del libro. En Europa Occidental y en Estados Unidos nos hemos acomodado en ese escenario del fin de la historia, como si ya todo estuviera sabido, como si no quedara nada por hacer. Las trincheras intelectuales ya están definidas y todos sabemos de antemano qué va a defender uno y otro lado. Ninguno quiere sorpresas.

¿Por qué pensaba esto? ¡Porque los chinos (y los vietnamitas) son diferentes! Probablemente por su percepción de que aún están en proceso de cambio, de que aún no han llegado a ese fatídico estadio del fin de la historia, donde todo se sabe, ellos prueban y corrigen. ¡Experimentan! La representante del gobierno contó hasta cinco programas piloto que habían probado en distintas regiones. Unos no daban los resultados esperados, así que se descartaban. Sin embargo, cuando uno se demostraba válido, inmediatamente se convertía en una medida nacional.

Prueba y error, experimentar y buscar alternativas. ¡Bah! ¡Con lo cómodo que se está en las trincheras del fin de la historia!

viernes, 3 de diciembre de 2010

Una película de espías

¿Cómo titularía John le Carre el guión?¿Washington Connection? ¿Espía a quien puedas (homenaje a Leslie Nielsen)? Segun el NYTimes, desde la oficina de la Secretaria de Estado de EEUU (Hillary Clinton) se instó a los diplomáticos estadounidenses a que recogieran informacion sobre las actividades del personal de las Naciones Unidas: “internet and intranet "handles", internet e-mail addresses, web site identification-URLs; credit card account numbers; frequent flyer account numbers (¿qué harán con los números frecuentes? ¿nos quitarán millas?); work schedules, and other relevant biographical information”. No es la primera vez; en 2003 diseñaron un plan para acceder a las cuentas de correo y los telefonos de los miembros del Consejo de Seguridad.

Ahora que trabajo en uno de los objetivos de la diplomacia americana, me pregunto si debería tener cuidado cuando hable con mis colegas estadounidenses (todavía no está claro si la orden se llegó hasta los americanos que trabajan en la ONU). Pase lo que pase, hemos descubierto que vivimos rodeados de potenciales Sean Connerys y Michelle Pfeiffers.

Sólo espero que la próxima vez el espía malo sea americano.

N.A. Es posible que tengan controlado este blog. Tengan cuidado.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Sobre edades, siestas y espías (primeras impresiones)

¿Cuántos años tienes? ¿A que ninguno de vosotros se imagina haciendo esa pregunta a su jefa nada más conocerla? Así empiezo yo mi ronda de presentaciones. Las colegas se sorprenden porque conocen las costumbres occidentales y no les encaja que les pregunte eso. Pero tanto ellas como yo sabemos que en Viet Nam es fundamental saber la edad porque eso nos aclara quién es el joven (em) y quién es el mayor (chị/anh). Aún así, cada vez que me dirijo a ellas como chi o em, sonríen sorprendidas.

Al presentarme a mis compañeras viets chapurreo las frases aprendidas. Ellas me miran con una mezcla de alegría, sorpresa y susto. Una vez recuperadas me espetan: ¡pero..., entonces, vas a entender lo que nos contamos entre nosotras! ¡Vas a espiarnos! Les sonrío mientras recuerdo el refrán: cree el ladrón que todos son de su condición.

Hoy fui a mi primera reunión con el Viceministro y todo su equipo. Habíamos quedado a las 2 de la tarde. Interviene durante 30 minutos el señor D peinado al estilo Anasagasti, cara arada por las arrugas, dedos artríticos y cabeza chata. ¡Menudo tostón! Miro a mi alrededor. El Viceministro toma notas ordenadas en su cuaderno, como un buen estudiante. Sus manos están bien cuidadas, gracia a una manicura reciente. Poco a poco comienza a hacer efecto la comida y el sopor del discurso que camina hacia ninguna parte. El asesor del ministro cierra los ojos, pega un respingo y me mira con una cara mezcla de aburrimiento y de sueño. Su secretario, desparramado en una silla algo apartada, duerme profundamente desde hace un rato. Nadie parece enojarse y le dejan dormir a pierna suelta. ¡Qué envidia!, pienso yo, mientras sigo anotando los desvaríos del Anasagasti vietnamita.