Hace dos semanas se cumplió el primer aniversario de nuestra llegada a Hanoi. No voy a caer en tópicos sobre lo rápido que pasa el tiempo cuando uno está viviendo fuera, pero es un buen momento para pararse, mirar hacia atrás y hacer balance. Desde aquel primer descubrimiento de los fantasmas vietnamitas hasta la aventura en moto con Thiet, he tenido la suerte de poder viajar y de comenzar a entender algo de este mundo vietnamita tan alejado (y, a veces, tan cercano) del nuestro. Como pasa con algunas obras musicales que no nos emocionan las primeras veces que las escuchamos, pero que, si insistimos, comienzan a descubrirnos matices que las convierten en maravillosas, incluso mágicas, así se han revelado los vietnamitas. Me parecían duros, avaros y cotillas. Sin embargo, hoy me tratan con cariño cuando hablamos en vietnamita -y avisan a todos los viets que hay alrededor de que yo hablo vietnamita-, me asombra su disciplina y su capacidad de trabajo, bromeo con ellos cuando me enfrento a mi enésimo regateo, y descubro que, además de hacer preguntas personales, están igualmente dispuestos a compartir contigo sus respuestas, algunas de ellas nada banales. Ojalá este estado de ánimo, esta predisposición, me acompañe durante este segundo año.
Mientras escribía el post me acordé de unas palabras de Carlo María Martini, antiguo arzobispo de Milán, que no he logrado localizar en google, pero que venía a decir algo así como que debemos aspirar a conocer a los que nos rodean hasta el extremo, incluidos sus defectos, y, sin embargo, amarles. Lo repetiré para que no se me olvide.
Welcome back! Ya te echabamos de menos... :)
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