Si el interlocutor decide responderles recibirá entonces una sonrisa única, especial, como la de Phường en la foto, ocultando un diente a medio salir. Es el agradecimiento puro, el de una niña que no espera nada a cambio. Son las maravillas de un simple hello. Ojalá fuéramos capaces de gritar como ellas o, cuando menos, supiéramos reconocer siempre la belleza de ese grito infantil.
miércoles, 25 de agosto de 2010
La alegría de un hola
Huyên y Phường salieron en la foto, pero podría haber sido Túm, Linh o cualquiera de las decenas de niñas y niños que me han saludado con todas sus fuerzas gritando ¡¡¡helllooooooo!!! La mayoría no sabe decir en inglés nada más que ese cariñoso y entregado, hello.
martes, 24 de agosto de 2010
¿Cuánto ganas?
Nadie en España se atrevería a hacer una pregunta semejante, mucho menos a un extraño. En Vietnam, sin embargo, es muy habitual preguntar eso, incluso a desconocidos. En mis viajes he descubierto cuánto gana una señora con su plantación de pimienta, un hombre que pule y talla raíces de árboles que convierte en mesas laqueadas o un norteño recogiendo goma de los cauchos. Ninguno dudó si quiera en responder.
¿Por qué nos provoca pudor esa pregunta a los occidentales y es tan normal aquí?
En parte, sospecho que tiene que ver con el distinto concepto de la privacidad. Los vietnamitas se permiten entrar en cualquier casa para verla, asomarse en cuanto una puerta queda entreabierta, ocupar lo que nosotros consideramos espacio personal de otro o agarrarte del brazo sin permiso. En mis viajes, he parado y entrado en decenas de casas y negocios para preguntarles por su trabajo, su familia, su vida o cualquier detalle que nosotros reservaríamos sólo a unos pocos amigos cercanos.
Por otra parte, recientemente se me ha ocurrido otra explicación: la religión. Para los vietnamitas (y los chinos) el dinero es un símbolo de fortuna en la vida. El dinero forma parte de la cultura, de las conversaciones habituales. Hasta los edificios se pintan de amarillo. En occidente, somos materialistas, pero el dinero lo asociamos a algo malo, pecaminoso, posiblemente por reminiscencias del cristianismo. Nos sentimos culpables de tener dinero, hasta tal punto, que evitamos hablar de él. Se mueve, se gasta, pero no se menciona. Preguntamos cuánto te ha costado un coche o una casa -porque ese dinero ya no es tuyo-, pero no cuánto dinero tienes. Somos materialistas, pero sin dinero.
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